El robo de ideas

big-idea

Una preocupación muy común entre los que quieren emprender un proyecto es el temor a contar su idea a alguien y que esa persona se robe la idea (sea un potencial socio, inversor, proveedor, cliente, etc.) . Yo creo que cuando uno se «apropia de una idea», es casi imposible robarla y por lo tanto el miedo, pese a ser tan común, es completamente infundado.

¡A fracasar!

paper-plane-crash

El fracaso tiene un lugar muy diferente en la cultura latina que en la anglosajona. En nuestros países latinos conlleva un estigma social y legal peor aún que las consecuencias del fracaso mismo.

Desde el punto de vista de la valoración social, en el mundo sajón importa más la naturaleza de tus intenciones y la intensidad de tu esfuerzo que el resultado mismo de tus actos. Allí se condena al malintencionado o al que no pone suficiente empeño, pero nadie opina que fracasar sea malo en sí mismo.

Yendo un paso más allá, en la búsqueda de capital de un emprendedor haber tenido un fracaso previo puede ser visto como muy positivo. Las condiciones para ello son: que no haya habido mala intención, se haya «dejado todo en la cancha» y se haya aprendido del proceso. Ejemplos de esta visión pueden encontrarse en medios como Business Week y Fast Company, en discursos de graduación de universidades o en numerosos blogs.

Así, mientras en un lugar fracasar es algo terrible y en el otro algo positivo, un estudio realizado recientemente muestra que no es una cosa ni la otra.

El despegue

En este juego de armar paralelismos entre aprender a volar y emprender un proyecto, el primer post cubrió la etapa de preparación. Ahora es el momento de enfocarnos en el startup. Y como Wes Harman, el autor de esta foto, nos recuerda, ningún startup es el primero ni el último en morir! 🙂

En concreto, pasadas dos horas de penar con el parapente y ser arrastrado por el viento, el profesor dijo que era momento de pasar a la siguiente fase: el primer despegue. Nos mudamos a un lugar cercano, donde se podía subir caminando por la ladera de una montaña a unos 30 metros de altura. Ingenuo, yo pregunté: «¿Vamos a volar en tandem, no?». El profesor se rió. Con apenas dos horas de práctica era el momento de despegar y volar solo por primera vez.

Aprendiendo a volar

Pocas cosas me sacaron tanto de mi zona de confort como cuando hace unos años viajé con un grupo de amigos a aprender a volar en parapente. Los viajes entre mis amigos se definen por votación y de más está decir que ese año perdí.

Así que viajé a Tafí del Valle en Tucumán bastante asustado, pero decidido a empezar el curso, que sabía que comienza en un lugar llano como el living de mi casa. Después suponía que lo próximo era volar en tandem con un profesor a mi espalda y a eso me animaba. Y cuando llegara el momento de volar solo veía que hacía.

La experiencia fue super interesante y lo que voy a hacer ahora es una serie de cuatro posts vinculando lo que viví al aprender a volar con las etapas de emprender y fundar una empresa.