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Acerca de la economía, los abrelatas y el desafío de entender

22-07-2009

abrelatas

«La tragedia del espíritu moderno consiste en que «resolvió el enigma del universo» pero sólo para reemplazarlo por el enigma de sí mismo.»

Alexandre Koyré 1

Existen un par de chistes, bastante conocidos, que expresan cómo nos sentimos frecuentemente aquellos que hemos estudiado economía. El primero cuenta que iban dos hombres viajando en un globo y el viento los desvió de su rumbo. Totalmente desorientados, ven un hombre abajo y le gritan: «Señor! Podría decirnos donde estamos??!!»  A lo que éste responde: «En un globo!!!». Inmediatamente, uno de los hombres en el globo dice: «Evidentemente, se trataba de un economista…». «¿Por qué lo dices?»- pregunta el otro. «Bueno, verás… es sencillo: su respuesta es rigurosamente lógica, evidentemente verdadera, y no sirve absolutamente para nada».

El segundo chiste es aquél del economista náufrago en una isla cuyo único alimento es una lata de sardinas, y que, desesperado por comer, resuelve el problema diciendo: «Supongamos que tuviera un abrelatas…».

Es en este estrecho campo limitado entre la obviedad del sentido común y la arbitrariedad e inverosimilitud de nuestros supuestos que los economistas (tanto profesionales como estudiantes) nos movemos.

Por esta razón, cuando hace algunos años tuve que escribir mi tesis de graduación sentí que debía hacerle frente a uno de esos dos límites. Mi tesis empezó siendo una investigación sobre si los estudiantes de economía son o no más egoístas que el resto, pero terminó convirtiéndose en un medio para reflexionar sobre los «abrelatas» que más me perturbaron durante mi carrera, aquellos supuestos arbitrarios que había asumido una y otra vez diciendo por dentro: «Esto no lo cree nadie».

Especialmente, me quedó muy grabado cuando, en una clase del último año de la carrera, abstrayéndose del mar de integrales, derivadas, letras griegas, Y con puntito y demás, un compañero le preguntó con desconcierto al profesor: «Pero… ¿y qué tiene que ver esto con la realidad??!!». A lo que éste respondió, mitad en serio, mitad en broma: «¿La realidad? ¿A quién le importa la realidad?». Yo estaba convencido de que la realidad era lo que más importaba. Y lo que a mí siempre me había molestado más era eso de ver a los hombres como ‘agentes’, cuya conducta es totalmente racional y maximizadora, exclusivamente motivada por un irrefrenable afán egoísta. Porque esto implica pensar al hombre más como una ‘cosa’ que como una persona.

Sin embargo, considerar que la conducta humana se rige exclusivamente por la persecución de intereses egoístas resulta ser algo así como la piedra fundamental sobre la cual se yergue el edificio de la teoría económica neoclásica. En su libro Mathematical Psychics, Edgeworth afirmó: «El primer principio de la Economía es que cada agente actúa únicamente movido por su propio interés». 2 Por eso, el hecho de que en la carrera nos la pasemos rindiéndole culto a la optimización restringida y a los hessianos orlados oculta, tras una fachada matemática, la profunda convicción de que las mejores soluciones a los problemas se obtienen a través de la persecución de un objetivo netamente definido, personal y cuantificable, expresado a través de una función objetivo para ser maximizada.

De hecho, la cosa se remonta más atrás; el interés individual ocupó un lugar importante en la teoría económica clásica ya desde sus orígenes: Adam Smith atribuía al capitalismo la curiosa característica de ser un sistema en el que cada uno, persiguiendo su interés individual, obtenía resultados que eran óptimos para todos en el agregado. La metafórica «mano invisible» era la encargada de lograr que, en definitiva, al perseguir exclusivamente sus fines personales, cada hombre estuviera actuando en pos del bien común, en una suerte de ‘egoísmo constructivo’. Esta visión del hombre es representativa de la economía clásica y neoclásica. 3

Sin embargo, el propio Edgeworth era consciente de que el así llamado «primer principio de la economía» no era demasiado realista. Observaba que, en el mejor de los casos, el hombre real de su época no era más que un «egoísta impuro». La aparente contradicción llevó a que Amartya Sen, Premio Nobel en 1998, formulase la siguiente reflexión al respecto: «Esto genera la interesante pregunta de por qué Edgeworth dedicó tanto de su talento y su tiempo a desarrollar una línea de investigación cuyo primer principio él mismo pensaba que era falso. La pregunta no es por qué las abstracciones deben ser usadas al tratar de entender cuestiones económicas – la naturaleza del asunto lo hace inevitable- sino por qué uno elegiría un supuesto que considera, no meramente impreciso en detalle, sino  fundamentalmente equivocado?.»4

Esta pregunta es bastante perturbadora. ¿Por qué tanta construcción teórica sobre supuestos que ni el propio autor creía razonables? Un economista neoclásico dogmático daría seguramente dos tipos de respuestas:

1) Porque el hombre no es 100% egoísta, pero es 99% y entonces es un supuesto muy parsimonioso y que describe bien.

2) Porque a la función de utilidad siempre puede definírsela de un modo tal que toda conducta sea resultado lógico de dicha función. Esto es, si Sócrates tomó cicuta entonces le daba más utilidad morirse que intentar otra cosa (Teoría de la Preferencia Revelada).

Yo no creo en ninguna de las dos respuestas. En la primera porque es falsa y en la segunda porque hace a los enunciados económicos no falsables, y por lo tanto no científicos (al menos para Popper). Lo que en general parecen olvidar quienes sostienen este tipo de argumentos es que la economía es una ciencia del hombre. Por eso, cuando se pone a analizar el funcionamiento de los mercados lo hace porque allí interactúan personas, cuando analiza la cantidad de dinero lo hace porque quienes intercambian usando dinero son personas, cuando mira las cuentas nacionales lo hace porque de la distribución del ingreso depende si todos tienen la panza llena o no.

La economía usa las matemáticas, pero no es una ciencia exacta. Perder esto de vista no sólo es miope sino también peligroso. Porque el resultado es terminar, como decía antes, convirtiendo a los hombres en cosas. Y desde el momento en que el énfasis se coloca en la relación entre las personas y las cosas en vez de las relaciones entre hombres, se pierde el límite a nuestro pensamiento que significa la moral que rige las relaciones humanas. No existe un vínculo ético con las cosas. Así, la sociedad pierde su función primordial de ser medio para las  múltiples interacciones entre los hombres, reduciéndose a ser un instrumento para satisfacer las necesidades materiales.

La omnipresencia de los supuestos de racionalidad egoísta maximizadora afectó significativamente el desarrollo de la ‘ideología económica’: en general, los vínculos económicos se restringen a relaciones entre hombres y cosas, aún cuando esas ‘cosas’ sean otros hombres ‘cosificados’. Esto crea condiciones para que la economía se vea a sí misma como emancipada de la moralidad. O en definitiva para la economía no es más o menos lo mismo el L (trabajo=ser humano) que el K (capital=cosa).

Hoy nos encontramos con que el ‘homo sapiens’ se ha transformado en un ‘homo oeconomicus consumens’, «para quien el mundo entero, las riquezas del mundo, se han convertido en artículos de consumo»5. Esto parece un síntoma de que los hombres son efectivamente seres egoístas, sólo motivados por maximizar sus riquezas, hombres que se relacionan con otros hombres como con objetos. ¿Así que finalmente la teoría económica tenía razón? Mas bien podemos pensar que el énfasis en modelos de relaciones humanas que caracteriza a la economía no es inocente respecto de lo que ocurre. Precisamente porque la economía es la ciencia hegemónica de nuestro tiempo, e impregna profundamente la ideología de todos.

Daría la sensación de que lo que ocurre es que la economía se ha consolidado como una moralidad alternativa. Una moralidad más permisiva en algunos aspectos y menos en otros. Este es un cambio que deja ganadores y perdedores, en la medida en que da justificación a los actos de unos y relega a la marginalidad a otros. Un buen ejemplo resulta el modo en que tuvieron cabida en el seno de la economía ideas descentradas como las de Spencer, que sostenía que la mortalidad de los pobres no sólo no debía ser evitada sino además apoyada para que sólo sobrevivan los más capaces. O el argumento malthusiano por el cual sólo los pobres eran responsables de su pobreza por su irrefrenable ímpetu procreador, de modo que todo esfuerzo paliativo se veía diluído por una nueva ola engendrativa. La afirmación y la creencia en estos postulados de quienes ostentan poder tiene consecuencias materiales claras.

Alguien me objetó una vez diciendo que no es responsabilidad de la economía velar por la deseabilidad de sus resultados. Ironiza Galbraith: «La última defensa de la fe [clásica] en nuestros días (…) no se refiere a las ideas de los economistas, sino que suprime en ellas todo sentido de obligación social o moral. Las cosas pueden andar menos que bien, menos que equitativamente, hasta menos que tolerablemente, pero esta no es cuestión que interese al economista como tal. Si, como pretenden los economistas, la economía ha de ser considerada como una ciencia, hay que olvidarse de la justicia o la injusticia, del dolor y de las penalidades del sistema. La misión del economista es hacerse a un lado, analizar, describir, y en lo posible reducir a fórmulas matemáticas los hechos que estudia, pero no pronunciar juicios morales…»6.

Considero que esa línea de argumentación es inaceptable. Mientras en el mundo muchas investigaciones, como las manipulaciones genéticas, los desarrollos nucleares, etc., se detienen para esclarecer los aspectos éticos y materiales de sus resultados, y sus posibles efectos sobre los seres vivos y su ambiente, sobre la vida misma, el economista no puede conservarse al margen e ignorar sus contribuciones a hacer del mundo de hoy lo que es, en pos de un supuesto ‘objetivo’ espíritu científico. Renegar de las consecuencias prácticas del propio pensamiento es señal de una ciencia inmadura, incapaz de salir de la órbita del primer positivismo.

Toda esta argumentación pareciera dejar poca salida. Pero no es la intención de este artículo llenar a los futuros economistas de pesimismo y a los viejos de remordimiento. Mas bien, es una patada al tablero que intenta, siendo algo cruel con nuestra pobre economía al poner el foco muy para un lado, hacer notar que el foco se ha ido muy para el otro. El epígrafe que acompaña al título habla de la dificultad del hombre moderno ante el enigma de sí mismo. «El enigma del universo (léase mercados, firmas, etc.) ya ha sido resuelto» y sin embargo del enigma de nosotros mismos aún no sabemos nada.

La economía es uno más de los terrenos donde el posmodernismo nos ha dejado perdidos. La salida no es atrincherarse en lo conocido sino lanzarse en búsqueda de lo nuevo. ¿Qué queda por hacer? Justamente, todo: repensar una economía de y para el hombre, consciente de sus propias consecuencias materiales y de que no sólo describe una realidad sino que también la transforma. Abandonar el vicio de la parsimonia para enfrentar el desafío de la complejidad. El esfuerzo de integrar a la economía a los nuevos paradigmas científicos asoma como un reto que hace de nuestro tiempo una época privilegiada para ser economistas.

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El texto anterior es un artículo que escribí en 1994 para un «journal» y nunca fue publicado. Obviamente mucha agua ha corrido bajo el puente y líneas de investigación recientes como la Economía de la Conducta y la Neuroeconomía han venido a trabajar precisamente en subsanar en parte la desconexión de la economía matemática y la realidad humana. Pero pese a su antigüedad me pareció interesante compartirlo porque muchos de los temas filosóficos que plantea todavía me parecen vigentes y porque además si no nunca iba a ser publicado! 🙂

Poner esto en el blog fue una especie de experimento. Me intriga saber si les interesan cosas como ésta. Sé que era largo así que si llegaron hasta acá se lo agradezco!!! Espero que no se hayan aburrido. Ahora veremos quién es el valiente que comenta!!! 😉

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Notas:

1- Koyré, Alexandre, Estudios Newtonianos, pág. 43.

2- Edgeworth, F. Y., Mathematical Psychics: An Essay on the Application of Mathematics to the Moral Sciences, 1881, London: C.K. Paul and Co, pág. 16. Traducción mía.

3- No obstante, es necesario aclarar que limitar la descripción de la conducta humana es injusto con algunos grandes economistas, especialmente con Adam Smith, cuya visión sobre el tema era sustancialmente más amplia de lo que sus principales seguidores permitieron ver que fuera.

4- Amartya K. Sen, «Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory», incluido en Mansbridge, Jane J., Beyond Self-Interest, 1990, Chicago: University of Chicago Press, pág. 25. Traducción mía.

5- Fromm, Erich, «Conciencia y Sociedad Industrial», incluido en La Sociedad Industrial Contemporánea, 1967, México: Siglo XXI, pág. 14.

6- Galbraith, John Kenneth, Historia de la Economía, 1989, Buenos Aires: Editorial Ariel, pág. 139.

Foto: Overduebook

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