La trampa de la pasión

“Tenés que encontrar lo que te apasiona en la vida y construir tu futuro alrededor de esa pasión”. En el final de mi adolescencia, ese momento crucial de la vida en que tenemos que decidir en serio “qué queremos ser cuando seamos grandes”, una persona cercana me dio este consejo. Estoy seguro que cuando pasaste por esa etapa o en algún momento bisagra de la adultez en que estabas revisando tu rumbo recibiste, palabra más, palabra menos, una recomendación similar.

¿Cuál es la mejor edad de la vida?

La vida comienza a los cuarenta, dicen algunos. Los sesenta son los nuevos cuarenta, dicen otros. Transitivamente, ¿será entonces que la vida ahora comienza a los sesenta?

Desde chico me intrigó saber cuál sería la mejor edad de la vida. Y hace unas semanas me propuse finalmente buscar una respuesta a ese interrogante. Para ello diseñé una breve encuesta y desde mi columna de radio invité a la audiencia de Basta de Todo a contestarla. Más de 2500 personas de edades muy variadas respondieron y los resultados fueron muy interesantes. Pero quizá la conclusión más importante es que no hay “una” mejor edad. O, dicho de otra manera, la mejor edad para cada uno depende de qué aspectos de la vida cada persona priorice.

Tecnología, consumo y vacío existencial

Vacíoexistencial tecnológico

En los últimos cien años, el avance tecnológico generó sustanciales mejoras en el nivel de vida medio de la humanidad. Tan grande fue ese cambio que, en muchos sentidos, una persona de clase media-baja hoy tiene mayor calidad de vida que una de clase alta un siglo atrás. Mejoras en el acceso al agua potable, la disponibilidad de cloacas, los tratamientos médicos y la conservación de alimentos, entre otros avances, jugaron un rol fundamental en prolongar nuestra vida.

El resultado fue notable: del año 1913 a la actualidad la expectativa de vida global mejoró más que en los 2000 años anteriores, pasando de apenas 34 años a los actuales 67. Y ese aumento se dio de manera sostenida. Nada, ni siquiera las grandes guerras mundiales o epidemias como el sida, fueron capaces de frenar este proceso.

Nada, hasta un hallazgo reciente publicado por un equipo de investigadores de la universidad de Princeton, liderados por el Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, y la profesora Anne Case.

Según pasan los años…

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La actividad que todos realizamos en internet crea una suerte de inteligencia colectiva. Y muchas veces, para respondernos las preguntas más variadas, esa inteligencia es una mejor fuente que googlear y encontrar los textos que (intencionalmente) se han escrito sobre determinado tema.

Una de las maneras más efectivas de acceder a esa inteligencia involucra también al buscador de Google, pero no usando su función de Search sino parando un pasito antes: usando la función de autocompletado que se activa cuando escribimos palabras en la caja de búsqueda.

Si queremos saber cómo  ven los demás a una determinada persona, muchas veces mejor que googlearla y ver qué se dice explícitamente de ella es escribir su nombre y ver junto a qué otras palabras la gente busca a esa persona.

El otro día, hablando con mi amigo Gerry, él me propuso un uso muy interesante de esta inteligencia colectiva: entender cada etapa de la vida mirando qué nos preocupa más a cada edad. El resultado es, a la vez, divertido e interesante…

¿Por qué es tan difícil valorar lo que se tiene?

Todavía no empezó Singularity University y sin embargo este viaje ya me brindó uno de los aprendizajes más importantes que seguramente obtenga de esta experiencia. Es más, para eso no necesité siquiera salir de Buenos Aires.

Cuestiones de vida y muerte

Life after death

Escena 1:

El otro día los devenires de internet me llevaron a descubrir un blog muy interesante. Allí encontré una historia que me resultó impactante y que quiero contar muy resumidamente acá.

La vida de Elena Desserich era la de cualquier niña normal de 5 años. Esto es, hasta que fue diagnosticada a esa temprana edad con una variedad terminal de cáncer cerebral que le daba una expectativa de vida de apenas 135 días. Después de unos días de mantenerlo en secreto, sus padres decidieron contarñe a la pequeña sobre su enfermedad y su pronóstico.

Desde ese momento, Elena empezó intentar vivir una vida entera en poco más de cuatro meses. Armó una lista de deseos e intentó hacer aquellas cosas que soñaba. Pero de a poco el avance de su enfermedad iba limitando más y más su capacidad para moverse. Desde aquí cito el post de Kurioso:

“Con el paso del tiempo iba perdiendo sensibilidad y movilidad en distintas partes de su cuerpo, incluido el habla, con lo que las actividades más físicas de su lista de deseos pasaban a un segundo plano. Sus manos fueron las últimas en desobedecer a su maltrecho cerebro; por lo que entonces se dedicó a pintar, a pintar,… y a escribir. Su pasión fue siempre alentada por sus padres.

Elena jugó a ser inmortal para su familia, dibujando y escribiendo cartas para su hermana pequeña, Gracie y así jugar a ser la sempiterna mayor. Todo ello meditado en la soledad del enfermo que se sabe terminal. Jugando a construir un baúl de emociones futuras para velar por el cariño eterno de su familia. Sabía cómo tenía que vivir y quería dejarlo claro.
Los últimos nueve meses de vida (al final sobrevivió 255 días) los dedicó a buscar los escondites perfectos para sus mensajes personales.
Para su padre en un antiguo maletín; para su madre en un bolsillo perdido de su mochila favorita… para su hermana en rincones del cuarto de juegos. Pero también buscó escondrijos insospechados para que el ‘diálogo’ fuera sorprendente: fondos de plato de la olvidada vajilla china, páginas de libros abandonados en la biblioteca, una carátula de un CD obsoleto, etc…

¿Carpe Diem? Viviendo cada día como si no fuera el último

carpe diem

Hace unas semanas, Ángel «Java» López me dedicó via Twitter un post llamado «Carpe Diem, aprovecha y goza el día», donde él discute la célebre escena de Robin Williams en «La sociedad de los poetas muertos» en que el profesor les recuerda a los alumnos que nuestra vida es breve y les enseña a «disfrutar el día» (en español, acá). (Nota: si hay alguien TAN joven que no ha visto la película, le recomiendo que deje ya mismo lo que sea que esté haciendo, se vaya a un videoclub y la vea hoy mismo!)

En ésta época del año en que la mayoría estamos haciendo balance y tomándonos unos minutos para repensar nuestors rumbos, quiero dedicar un post a discutir la idea de «aprovechar el día» y su versión hermana, «vivir cada día como si fuera el último».

Aquí voy a argumentar la postura opuesta a la del post de Ángel y del «Profesor Keating». Lo hago, no con el ánimo de polemizar, sino de promover una discusión filosófica sobre cómo vivir los días que nos quedan de una manera provechosa y gratificante.

Tocando la cima del mundo

Everest

La semana pasada dediqué un día entero a pasarlo en «el paraíso»: gracias a la ayuda de Luciano Tourn pude recorrer casi todas las áreas del legendario Media Lab de MIT, guiados por el profesor Joost Bonsen.

¡La experiencia fue absolutamente increíble, tan así que no sé bien cómo compartirla en palabras en el blog!

Pero mientras busco la manera, quiero contarles otra cosa: la historia de una persona extraordinaria que conocí hace unos años y me resultó profundamente inspiradora.

Recorriendo el Media Lab, uno de los laboratorios que vimos es el de Biomechatronics del profesor Hugh Herr, que se especializa en el desarrollo de una nueva generación de prótesis bio-híbridas «inteligentes», capaces de mejorar la vida de personas amputadas y discapacitadas. Su trabajo también es un primer paso en la dirección de las ideas de Ray Kurzweil de avanzar en la unión de seres biológicos y máquinas, dado que sus prótesis pueden incluso darle a alguien sano más de lo que le brindan sus extremidades «naturales». En 1982, escalando una montaña, Hugh fue sorprendido por una tormenta, estuvo tres días hasta ser rescatado y perdió sus dos piernas de la rodilla para abajo a causa de congelamiento.

Pero, aún cuando él es también una persona extraordinaria, no es sólo de Hugh que quiero hablarles hoy.

Lo que quiero ser cuando sea grande

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Cuando yo era chico y me preguntaban qué quería ser cuando sea grande yo no decía «emprendedor». Tampoco los clásicos «bombero» o «policía». No. Yo quería ser inventor.

Así fue como entre otras bestialidades, en un momento destrocé una radio buenísima que tenían mis padres en un intento por convertirla en un televisor color, cosa que obviamente no existía en la Argentina en esa época y siguió sin existir por unos años pese a mi intento.

Después la vida me fue llevando para otros lares pero mi ilusión por ser inventor sigue latente.

Un tiempo atrás escribí sobre la falta de modelos a imitar que tenemos los Argentinos. Ahora quiero compartir con ustedes la historia de alguien que vivió una vida relativamente normal hasta tener mi edad actual y le dio un giro realmente excepcional a partir de ahí. Y todo motivado por vivir una situación sumamente desgraciada. El post es un poco más largo de lo habitual pero vale la pena.

Sin duda cuando sea «grande» a mí me gustaría ser como él.