Cambiar para sobrevivir

La resistencia al cambio no es un defecto. Es una parte esencial de lo que somos. Es resultado de la evolución natural y por ende se forjó decenas de miles de años atrás. En aquel momento, nuestros ancestros habitaban en las planicies de África, en un mundo donde los premios y castigos eran estables. Si salías un día de tu cueva, tomabas un sendero, te topabas repentinamente con un león y tenías la suerte de salir con vida, no ibas más hacia ese lado, porque allí estaba el león. Si, por el contrario, al día siguiente otro sendero te conducía a un valle lleno de frutos nutritivos, de ahí en más repetías esa conducta eficaz con regularidad.

Es decir: cuando encontrabas una receta que funcionaba bien para sobrevivir, los individuos más propensos a adoptar esas fórmulas se adaptaban mejor al medio y dejaban más descendencia. A la larga, la inercia a repetir lo que funciona se convirtió entonces en un aspecto crucial de nuestro linaje como especie. Ese aprendizaje quedó grabado en nuestro cerebro en la forma de un sesgo cognitivo, una conducta que opera afectando nuestra manera de leer la realidad y de tomar decisiones sin que siquiera seamos conscientes de ello. Parafraseando al economista británico John Kenneth Galbraith, enfrentados a la disyuntiva entre cambiar de idea o buscar pruebas de que no hace falta hacerlo, la mayoría elegimos demostrar que el cambio es innecesario.

La inseguridad más radical

El problema de la inseguridad nos impacta por todos lados. Las imágenes y testimonios nos asaltan desde el bombardeo mediático, las cadenas de mail o los relatos de primera o segunda mano de quienes han visto su seguridad comprometida de algún modo u otro.

Alguna vez argumenté en este post que, a mi modo de ver, en general confundimos a las verdaderas víctimas con los victimarios. En una línea similar, tenemos hoy este post invitado de Cynthia Frenkel.

Cynthia, aparte de ser mi esposa, es psicoanalista y trabaja en un centro público de salud mental.

——————————————————

César González tiene 21 años. Pasó de los 15 a los 20 en institutos de menores y en la cárcel. Estando en esos lugares en que, como alguna vez dijo uno de mis pacientes, “Entrás con ganas de robar y salís con ganas de matar”, César “aprovechó” el tiempo para terminar el secundario y descubrir su pasión por las letras. De la mano de Patricio «Merok» Montesano, un tallerista voluntario de la cárcel, César se descubrió poeta y se rebautizó a sí mismo, adoptando el seudónimo de Camilo Blajaquis.

Descubrí a Camilo escuchando una entrevista radial que le hizo Andy Kusnetzoff  hace un año. Lo escuché decir: “Quiero que haya cultura en los barrios, deporte en nuestra villa… que sepan quién fue Kafka, Foucault, Van Gogh ¡Que se haga la prueba! ¿Qué pasa si inundamos de cultura la villa? En la villa tenés las armas servidas en bandeja para salir a robar. Es más fácil encontrar un arma que un libro. Si (…) es más fácil encontrar un arma y salir a robar que encontrar un libro y leer, entonces los resultados están a la vista.”[1]

En aquel momento me contacté con él y así supe que estaba por editar un libro de poesías, escrito desde el encierro, al que tituló “La venganza del cordero atado”. Una obra trascendente.

Durante la entrevista con Andy, Camilo, que vive en la villa Carlos Gardel, describe el desamparo diciendo: “De la avenida para allá es otro mundo… para nosotros la sociedad son extranjeros.”[2] Esos extranjeros, de los que habla Camilo, somos la mayoría de nosotros.

La cultura Twitter y la adictividad de la gratificación inmediata

"...estás leyendo esto todavía o ya estás
por cliquear en otro link? ...
 Necesitamos ser a la vez patinadores en
la superficie de la laguna y buceadores.
Dominar la habilidad de acceder a hechos
mientras reservamos el tiempo y espacio
para hacer algo significativo con ellos"
Andrew Sullivan (The Times)

Hace un tiempo atrás compartí en un post mi gran preocupación por la pérdida de la capacidad de concentrarse y prestar atención derivada del uso habitual de Twitter y otras redes sociales que observo en mí y muchos de los que me rodean. Ese post dio lugar a una gran discusión y se convirtió en el más «retwitteado» de la historia de Riesgo y Recompensa.

Hace unos días atrás Guillermo Jaim Etcheverry publicó una columna en el diario argentino La Nación, donde, con su habitual lucidez, reflexiona sobre los efectos de la hiperconectividad sobre nuestra capacidad de concentrarnos.

Allí, él plantea que vivimos  falsamente convencidos de que «a cada instante, en algún lugar del planeta está ocurriendo algo trascendental para nuestras vidas». Esa íntima convicción, apareada con la abrumadora disponibilidad de nueva información en tiempo real, genera, al decir de David Meyer, «una plaga cognitiva capaz de anular la capacidad de concentración y pensamiento productivo«. (La cita que Jaim Etcheverry hace proviene de este artículo que les recomiendo leer completo si les interesa el tema).

Yo comparto esa línea de pensamiento, pero hay un elemento que creo que está faltando: nuestra repentina e irrefrenable adicción a la «gratificación instantánea».

Rompiendo la inercia del confort

Local minimum

Hace unos días estuve en una charla organizada por YPO, donde habló Shawn Achor, profesor de psicología de la Universidad de Harvard. La charla tuvo muchos aspectos interesantes, pero hay uno en particular que me impactó por su sencillez y relevancia para nuestra vida cotidiana.

Es un concepto que él llamó «Activation energy» (energía de activación, en adelante «AE»). El término «energía de activación» proviene de la Química y está definido como el nivel mínimo de energía que necesita un proceso químico para comenzar. En términos psicológicos, la idea es simplemente que empezar a hacer algo cuesta mucho más esfuerzo que seguir haciéndolo una vez que ya lo empezamos.

En palabras distintas, no es otra cosa que decir que todos vivimos en la inercia de mantenernos en nuestra zona de confort. Y sacarnos de ahí requiere un esfuerzo importante. Por ejemplo, si queremos salir a hacer ejercicio, cambiarnos y salir nos requiere mucha más fuerza de voluntad que ejercitarnos una vez que ya estamos listos para empezar a hacerlo. En palabras simples, con la mayoría de las cosas lo difícil es arrancar.

Shawn Achor nos habló de un método sencillo para vencer la inercia del confort, que se puede aplicar a la vida personal, a los negocios, hasta a la vida de pareja!