
Imaginemos una situación: vas caminando por la calle y ves a un joven que aprovecha un descuido de una señora y le saca la billetera sin que ella lo note. A 50 metros de distancia hay un policía. ¿Qué hacés? ¿Tratás de atrapar al ladrón, gritás o corrés para avisar al policía o no hacés nada? Te pido que pienses ahora no solo qué harías sino qué te parece que es lo correcto para hacer en una situación así.
Te agrego ahora un elemento. La persona que acaba de cometer el delito es alguien a quien conocés. No necesariamente un amigo pero alguien conocido. ¿Cambia en algo tu decisión? ¿Y tu idea de lo que es correcto?
La respuesta a esta pregunta plantea una cuestión ética que divide en dos a las sociedades. En gran parte del mundo, cuando uno presencia un hecho indebido la obligación moral es actuar. Hacer lo que esté a nuestro alcance para prevenir o castigar lo incorrecto. En esos países, por ejemplo, si un padre trata a su hijo con rudeza en la calle, es altamente probable que otra persona se acerque de la nada y lo reprenda. En otros, como la Argentina, la ecuación está invertida. Denunciar a quien hace algo indebido sin ser el perjudicado directo de la acción incorrecta es ser «botón». Y para mucha gente, ser «botón» es tan grave como el acto indebido mismo.
En sociedades como la nuestra, la responsabilidad de que la gente haga lo correcto recae sola y exclusivamente en la autoridad correspondiente. Todos los demás, no tenemos nada que ver y preferimos la complicidad pasiva a la «botoneada». Esto se ve mucho más claro en el ejemplo en que la persona que actúa incorrectamente es alguien conocido. En ese escenario muchas veces la cosa se extrema: no solo la gente cercana no interviene, sino que suele hacer todo lo que esté a su alcance para propiciar el encubrimiento.
Me gustaría presentarles ahora tres ejemplos: 1) algo que me sucedió a mí, 2) el trágico choque de hace dos semanas en la ruta 11, y 3) la «masacre de Las Heras» del mes pasado. → leer más