Hace días que leo consternado las noticias que llegan desde Medio Oriente. Las vivo con una enorme tristeza, sólo superada por el tamaño de mi desconcierto: después de años de búsqueda fallida, ¿cómo encontrar finalmente el camino a la paz?
Como bien argumenta Amos Oz en este artículo que resultó cuasi-profético, yo estoy convencido de que en este conflicto no hay paz que nazca de la guerra. Y por eso me resulta difícil digerir esta ofensiva israelí. A la vez, me resulta claro que todas las veces en que se dio una oportunidad a una tregua que iniciara un proceso de paz fue siempre Israel quien cooperó y diferentes facciones palestinas las que se rehusaron, ya desde la célebre triple negativa de 1967 (No a la Paz, No al Diálogo, No reconocimiento del Estado de Israel).
También me opongo a esta guerra porque estoy convencido de que, como Martín Varsavsky explica en este post, esta guerra no sirve siquiera a los intereses de largo plazo israelíes de que ya no lluevan misiles o haya atentados suicidas. Mas bien prolonga la lógica perversa del odio que alimenta al extremismo islámico.
Este conflicto es muy complejo. No admite ser pensado como si hubiera «villanos» y «víctimas». Y, sobre todo no admite ser pensado sin ponerse en la piel de quienes lo sufren, a distancia afectiva del dolor, porque de ese modo no se entiende nada. Por eso, me duele especialmente ver en la Argentina las diferentes manifestaciones (especialmente desde la izquierda) que de una manera, en mi opinión, profundamente ignorante e igualmente dogmática condenan la ofensiva israelí de manera unilateral, ubicando a unos como completos villanos y a otros como puras víctimas.
¿Qué hace por ejemplo la FUBA participando de una manifestación así, en la que el mayor convidado de piedra es la reflexión, la búsqueda de la verdad, la necesidad de comprender primero para poder actuar después? ¿Qué decir de las actitudes y dichos de Luis D’Elia y o las acciones del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez? → leer más