Yo no soy hincha del Barcelona. Soy de Boca y de los Green Bay Packers. Y ayer ni pensaba ver el partido. Pero por una casualidad me encontré frente al televisor para los últimos 15 minutos del partido frente a Chelsea. En ese breve lapso vi un fútbol maravilloso, coronado por un gol (para mí mal) anulado, un tiro de Messi en el palo, un jugadón de Mascherano y varias tapadas fenomenales más de Cech. Y me di cuenta, ante la implacable cuenta regresiva, cuántas ganas tenía de que el Barça y su fútbol hermoso ganen…
El partido terminó y me encontré a mí mismo preso de una inesperada tristeza. Tristeza, pero también bronca. Bronca de que un equipo pueda tener 75% de posesión, 85% de pases correctos, jugar como lo hizo el Barcelona tanto en la ida como en la vuelta, y terminar con las manos vacías frente al planteo mezquino del que sale solo a neutralizar y defender. A mí no me gusta eso del fútbol.
Me levanté esta mañana y Mariano Sigman, el apasionado y apasionante físico y neurocientista que ya ha tenido un muy sonado paso por Riesgo y Recompensa, había escrito en caliente estas reflexiones al respecto, que comparto acá con ustedes. Como para que al menos tristeza de muchos sea un poco menos triste.