Uruguay, enero de 1980
Ella tenía 17 años. Él 19.
En medio del verano decidieron tomarse un recreo de sus trabajos como secretaria y empleado bancario para acampar con amigos unos días cerca del Cerro del Toro en Piriápolis. El tiempo acompañaba para un buen descanso playero.
El 7 de Enero decidieron subirse a la moto de él (una Gilera 150) para viajar al Chuy, un pueblo en la frontera con Brasil, para hacer unas compras, abastecer el campamento y de paso pasear un poco solos. Era un día de muchísimo calor, ambos llevaban ropa de deporte, short, zapatillas.
Después de completar el paseo, emprendieron el regreso. Agobiados por el calor, se detuvieron en un bar de la ruta a tomar algo y tuvieron una pequeña discusión porque ella, acalorada y con cabello hasta la cintura, no quería ponerse el casco. El, muy decidido, le dijo: «Si no te pones el casco, te dejo acá», y con esa firmeza en su decisión definió el destino de su vida.
Un par de horas después, a eso de las 18, el sol todavía brillaba bien alto. Al llegar al cruce llamado El Trébol de Piriapolis, donde se cruzan las rutas interbalnearias que unen Montevideo con Punta del Este y Piriápolis con Pan de Azúcar, de repente vieron un ómnibus que avanzaba descontrolado hacia ellos. Intentaron detenerse pero la colisión parecía inevitable. Y entonces ocurrió el milagro.
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