16-09-2017

Los seres humanos somos mortales. Llegamos a este mundo, crecemos, maduramos, envejecemos y en algún momento nos toca que nuestra vida se termine. La razón biológica por la que esto es así es que envejecemos. Y el envejecimiento va dañando algunas funciones de nuestro organismo por lo que, a partir de la adolescencia, la probabilidad de vivir un año más va bajando, hasta que en algún momento sale nuestro número en la lotería del final de la vida.

Una persona de 20 años, por ejemplo, tiene 99.95% de probabilidades de seguir viva 12 meses después. Este valor va decreciendo gradualmente de manera lenta, de modo que una persona de 80 tiene ya 95% de chances de alcanzar el cumpleaños 81. Pero a partir de ese momento se acelera y alcanzados los 100 vivir un año más es como lanzar una moneda: a esa edad tendremos solo 50% de probabilidad de sobrevivir a los siguientes 12 meses.

Muchos creen que este destino es inexorable, que así es como funciona la naturaleza y que todo intento por cambiar esto es antinatural. Sin embargo, la biología nos arroja algunas sorpresas. Un ejemplo de esto son las langostas marinas, que son “amortales”. Esto es, no envejecen y su probabilidad de morir no crece en absoluto con el paso del tiempo. No son inmortales, porque tarde o temprano aparece un predador, algún cambio drástico en el ambiente o alguna otra fatalidad, pero si fueran mantenidas en condiciones ideales simplemente seguirían adelante, creciendo, fortaleciéndose y sin perder capacidad reproductiva por siempre.

Otras especies logran el mismo fin de un modo distinto. Una variedad de medusa llamada Hydra comienza su vida como un pólipo adherida a una roca. Cuando madura se convierte en medusa, pero solo por unos años. Luego rejuvenece, se convierte en pólipo nuevamente y reinicia el ciclo. Al encontrar un individuo de esta especie es imposible saber qué edad tiene, ¡porque no puede precisarse “cuántas vidas vivió”!

Volviendo ahora a los humanos, cada vez son más los investigadores que intentan encontrar caminos para torcer el rumbo de nuestro deterioro por el tiempo. Solo en este año, científicos de muchas de las más prestigiosas universidades del mundo realizaron diferentes hallazgos. Aplicando técnicas como el tratamiento con células madre, la eliminación de células senescentes (envejecidas), la reparación del ADN o la reprogramación celular lograron que ratones o tejidos humanos cultivados dejaran de envejecer y en ocasiones incluso mostraran signos de rejuvenecimiento. Demorar o evitar la muerte en los seres humanos es un rompecabezas de extrema complejidad y estamos muy lejos de poder armarlo. Pero al menos parece que hemos empezado a encontrar algunas de las piezas.

Si la idea de vivir mucho más te resulta atractiva hay una cosa que podés hacer: comprar tiempo para aumentar tus chances de que el rompecabezas se arme antes de que la muerte te alcance. En un trabajo publicado en julio de este año, investigadores del Instituto Max Planck estimaron que adoptar buenos hábitos (no fumar, no beber en exceso, no tener sobrepeso) ¡alarga nuestra expectativa de vida en hasta 12 años! Quizás esos 12 años sean la diferencia en acceder a los tratamientos que te abran la puerta a vivir mucho tiempo más.

Pero incluso si la idea de vivir mucho más no te atrae o no te parece aceptable, mejorar nuestros hábitos sigue siendo buena idea: aún cuando no desees una vida significativamente más larga, la mejora en tu estado físico contribuirá a que tengas más calidad de vida en aquellos años que te queden.

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