22-02-2016

VR Barcelona

En un emblemático video musical de la década del 90 la banda Aerosmith retrataba a un joven concretando todas sus fantasías junto a la mujer de sus sueños. Pero había un detalle. A pesar del extremo realismo de lo que estaba viviendo, ¡nada de ello era real! Utilizando una computadora, un visor y otros aparatos, este joven diseñaba su experiencia para que fuera tal como él la quería. El de aquel videoclip de la canción Amazing, de 1994, fue un vívido retrato de una tecnología que hasta ese momento parecía pura fantasía y con la que todos soñamos: la realidad virtual.

La compra hace casi dos años de la compañía Oculus (fabricante de un visor similar al que imaginaba el clip) por parte de Facebook en un valor de 2.000 millones de dólares fue la primera señal de que estábamos empezando a acercarnos a que la fantasía del video de Aerosmith empezara a dejar de serlo. El lanzamiento hace unas semanas de las ventas de este visor y de la cámara Immerge, capaz de capturar fácilmente campos visuales completos, marca que 2016 será finalmente el año en que empecemos a concretar el sueño.

Lo elevado de su precio, lo incómodo de su uso y la tendencia a generar mareo a los usuarios hacen de esta primera versión más un emblema que un producto masivo viable. Pero esos obstáculos se superarán rápido: como pasó con aquellos primeros celulares que requerían cargar una valija, hoy nos dan gracia pero fueron el primer paso de un cambio que transformó nuestra existencia de maneras que entonces éramos incapaces de imaginar.

En una demostración reciente tuve la oportunidad de subirme a una montaña rusa. Los estímulos visuales y sonoros inmersivos eran tan vívidos que, aun sin estar sintiendo las sensaciones que provoca la aceleración de una montaña rusa real, tuve que sujetarme para no perder el equilibrio. Un instante después sobrevolé Nueva York y enseguida recorrí Venecia en una góndola. Quizás lo más raro de la situación era experimentar a la vez la plena conciencia de estar haciendo el ridículo mirando a todos lados con una escafandra en mi cabeza en público y aun así no poder evitar sentir que estaba a miles de kilómetros de allí, visitando lugares extraordinarios.

Las aplicaciones de esta nueva tecnología van mucho más allá del entretenimiento o el turismo: como mencioné en este espacio hace algunas semanas, resulta especialmente interesante pensar en los usos educativos que podría tener. Por ejemplo, recorriendo geografías o visitando momentos icónicos de la historia. Las posibilidades en otros ámbitos también son vastas: desde la reconstrucción de escenas del crimen en investigaciones hasta el trabajo colaborativo de personas a distancia, la posibilidad de crear entornos interactivos e inmersivos promete reinventar gran parte de nuestra manera de hacer las cosas y relacionarnos.

Realidad y virtual son dos palabras que no deberían andar juntas. De acuerdo con la Real Academia Española, la primera señala aquello que existe y ocurre verdaderamente, en oposición a la segunda que caracteriza a algo que produce un efecto pese a su naturaleza aparente. Combinar esos dos conceptos en una sola frase deja clara la posibilidad y, a la vez, el desafío que presenta esta tecnología: cuando podamos construir experiencias tan vívidas y verosímiles que nuestros sentidos las perciban como reales, ¿importará verdaderamente que no lo sean? ¿Hará falta haber estado en Nueva York para haber estado en Nueva York? En definitiva, ¿será preciso concretar nuestros sueños para concretar nuestros sueños?

Esta nota fue publicada en la Revista La Nación del domingo 7 de febrero de 2016

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