14-12-2015
En la columna que comparto con Gerry Garbulsky en el programa radial Basta de todo decidimos investigar un tema que conocíamos bien y del que, a la vez, sabíamos muy poco: la timidez. Lo conocíamos porque ambos siempre nos consideramos tímidos. Sabíamos poco porque, como le sucede a la mayoría, vivimos nuestra timidez como un defecto que es preferible esconder.
Muchas veces, como parte de la preparación, hacemos encuestas que añaden color al material. Esta vez, sin embargo, los resultados transformaron por completo nuestra perspectiva. Descubrimos que la timidez no sólo no es rara, sino que más de la mitad de las personas se consideran tímidas.
Este hallazgo llevó la columna de un tono reivindicatorio de los derechos de una minoría oprimida a una pregunta mucho más profunda: si la mayoría nos consideramos tímidos, ¿por qué casi todo en este mundo parece estar diseñado para favorecer y premiar la extraversión?
Esto es especialmente peligroso durante la adolescencia: tres de cada cuatro encuestados afirmaron ser o haber sido tímidos en ese período clave de la vida. Sin embargo, por el secreto que rodea a este defecto, muchos atravesamos ese período creyendo ser los únicos que nos sentíamos así, los únicos patitos feos incapaces de socializar con la misma fluidez que todo el resto. ¡Cuánto menos difícil hubiera sido esa etapa de la vida sabiendo que tantos otros se sentían igual! ¡Que no éramos la excepción sino la regla!
En la adultez, de todos modos, el problema continúa: una investigación de la Universidad de Stanford muestra que rara vez las grandes empresas ofrecen posiciones de liderazgo a personas introvertidas, a pesar de que, con un estilo de liderazgo diferente menos centrado en el carisma, éstos alcanzan en promedio resultados superiores. La proliferación del trabajo en equipo acentúa el fenómeno: en toda reunión las ideas más escuchadas no son necesariamente las mejores sino las aportadas por los más desinhibidos. Esto sucede incluso entre amigos, donde los caraduras suelen ser cabecillas y los más callados quedar relegados.
Hasta hace algunas décadas, los zurdos eran forzados a reentrenarse y utilizar su mano derecha para ajustarse a la norma. Hoy aquella costumbre parece una locura. Sin embargo, con la timidez seguimos haciendo lo mismo: exigimos a gran parte de las personas a estar a la altura de un ideal que los deja afuera, los hace sentir inadecuados. Y esa presión tiene su precio: un estudio del renombrado doctor Philip Zimbardo, uno de los mayores estudiosos de este fenómeno, muestra que el consumo de alcohol es mayor entre los tímidos, probablemente como intento de alcanzar artificialmente la desinhibición que la sociedad espera de ellos.
Las nuevas tecnologías, Internet, las redes sociales, ofrecen un nuevo contexto para esta tensión: por un lado, con la gradual extinción de la privacidad, la hipercomunicación y la exposición permanente, más y más espacios se vuelven públicos, avanzando sobre los últimos reductos para la introversión. Por otro, la comunicación basada en texto o audio grabado ofrece a muchos tímidos un espacio más seguro para decir a los demás lo que piensan.
Retomando la pregunta inicial: si más de la mitad nos consideramos tímidos, ¿por qué construimos una sociedad que enaltece y premia como ideal aquello que la mayoría no somos? Estimado lector tímido, le doy la buena noticia de que somos mayoría. Es momento de salir del closet y armar el mundo de un modo que tome ese dato en cuenta.
Algunos padecemos algo más complejo y complicado que la timidez, como la fobia social o trastorno de ansiedad social.. :/